«Réquiem por Nagasaki», de Paul Glynn
Al principio pensé que se iba a tratar de una obra del tipo de “Vidas de santos”. Pero a medida que iba leyendo me dí cuenta de que no iba a ser así, o no del todo.
“Tu vida solo ha de tener significado para ti.”
Con esa frase, perdida en los primeros capítulos del libro, acaba de dar una bofetada a toda la filosofía hasta el siglo de Pascal, en esa permanente búsqueda del sentido de la vida.
Y de paso acaba tachando por fatuas todas las pretensiones de juzgar el comportamiento de otras personas. ¿Cómo se puede entender o comprender el sentido de lo que se juzga si no se está en los zapatos de esa otra persona?
Así que con esas disquisiciones filosóficas está el protagonista enredado en su sentido de la trascendentalidad y su respeto tanto al tradicionalismo sintoísta japonés y a los valores familiares como a la abnegación y lo que le supone ver cómo es su futura familia política y la ciudad o población que acabó siendo el origen del cristianismo en Japón y cómo el ejemplo de su resignación frente a los ataques del sintoísmo y el poder político es lo que le hace replantearse su manera de ver la religión.
A medida que fue avanzando el libro fue cuando empecé a ver en qué iba a adquirir verdadero sentido no solo con la descripción de la vida de Takashi Nagai sino también, en cierta medida, en la descripción de lo ocurrido en Nagasaki con la caída de la bomba atómica.
Resultó clasificador de lo sucedido en realidad cuando el autor habla de las diferencias entre Hiroshima y Nagasaki especialmente a la hora de hablar de cómo se rememora lo sucedido. Y cómo si bien en Hiroshima el movimiento está liderado por los movimientos de izquierdas y antiestadounidenses, en Nagasaki por el contrario es más tranquilo y pausado, más reflexivo. No descarto para nada que el origen y causa fuese la propia figura de Takashi Nagai. En el libro se menciona cómo el propio Nagai había confeccionado una bandera con un paño blanco y unas manchas de sangre, puesto que sabía que ese símbolo servía para conseguir aglutinar a los heridos y que tuviesen un punto de referencia en su desconcierto después de la explosión de la bomba. Creo que eso mismo es lo que ha ocurrido con el mismo Nagai. No sólo por las manifestaciones de duelo cuando su fallecimiento sino también en las conmemoraciones posteriores del estallido. Es su ejemplo el que probablemente hace que la gente quiera recordarlo todo de otra forma. Es decir, Nagai se habría convertido en un símbolo.
Vemos como, entonces, Nagashi acaba siendo una versión rediviva del santo Job que, en lugar de rebelarse contra su situación, la asume, se resigna, les muestra ese camino a sus conciudadanos y de paso al mundo la monstruosidad que supuso la bomba atómica.
Miguel Ángel del Hoyo