«El final del affaire», de Graham Greene
No sé si tomar esta novela de Graham Greene como un precedente de los soliloquios o reflexiones con las que Javier Marías solía poblar sus novelas.
Tenemos a un protagonista, Maurice Bendrix, un tanto miserable. Disfruta haciendo daño y despreciando a los demás (Parkis, Henry,…) por ejemplo, al avisar a Parkis del error de llamar a su hijo Lancelot o darle helado. O a Henry Miles diciendo que su mujer buscaba a otros hombres porque él no sabía hacerle el amor.
Otro de los vértices de la historia es Sarah Miles, amante del primero pero cuya historia finaliza bruscamente y sin posible explicación. Se muestra en el recuerdo de Bendrix, narrador de la historia, como un personaje frívolo al principio, pero luego una serie de acontecimientos dan una imagen de ella totalmente diferente.
El tercer vértice del triángulo lo conforma Henry Miles, personaje secundario y gris y en cierta medida podría pasar inadvertido en la historia. Pero es de esos personajes que, según explica Bendrix como narrador o escritor, son absolutamente anodinos y que parecen no aportar ni mover la acción, pero que son necesarios per se para el desarrollo de la historia.
Lo que empieza siendo como una historia que gira en torno a un adulterio y el posible trío amoroso que podría devenir en cuarteto, acaba siendo (o pareciendo) en realidad un intento de reflejar la vida de lo que sería en esta época la vida de un santo (o santa). Y el punto de inflexión acaba siendo la aparición del diario de una de los protagonistas, Sarah Miles. En ese momento, el libro pasa de ser la historia de investigación de lo que hay y los recuerdos que le trae al protagonista la historia de amor vivida con ella, al descubrimiento de por qué llegó el “final del affaire” y las dudas que se le generan no sólo a la protagonista, puesto que es clara la conversión que acaba teniendo desde su agnosticismo original sino las dudas finales que acaba teniendo el propio narrador, Maurice Bendrix, porque ¿qué agnóstico tiene oraciones que se ajusten a su estado de ánimo?
En el triángulo tenemos a los dos protagonistas con sus soliloquios. La protagonista, por su diario, donde deja reflejadas todas sus dudas incluso hasta qué punto preocupada de si había elegido bien al marido porque ninguna mujer lo pretende o ha pretendido. Resulta curiosa esa manera de compararse y esa competitividad siempre con las demás mujeres hasta en ese extremo.
Del tercer protagonista, no tenemos apenas muestra de lo que pensaba más allá de sus intentos de autoconvencerse: “Yo fui el afortunado porque ella fue mía…” ¿Hasta qué punto puede decir eso? No deja de ser una muestra de su derrota. No era suya si estaba con Maurice. Por lo demás, estaba totalmente vencido y derrotado por la situación, como la muestra de supuesta indiferencia al respecto de si ha tenido un affaire. Y contestando sin aspavientos de ningún tipo. Aunque luego, al llegar a la vivienda, cayese rendido en sollozos.
El cuarto en discordia, el predicador que no recibe visitas y en cierto modo está sorprendido por ello. En tiempos de guerra y crisis la gente necesita creer. Así que alguien que predica que Dios no existe no encontrará mucha “parroquia”. Lo mismo pasa con los sistemas políticos. En momentos complicados la gente necesita creer que hay una alternativa. De ahí que los sistemas populistas triunfen en muchos momentos.
Incluso el autor, porque los deja reflejados, y a pesar de sus “maldades” se notan sus tribulaciones con su ateísmo con las promesas hechas a la divinidad al respecto de hacer algo si lo que piden se cumple. O los continuos ejemplos de supuestos milagros. ¿Al final acaba convencido el autor de la existencia de Dios? Parece que no pero el final, con una oración, lleva a pensar otra cosa. A fin de cuentas el ser humano necesita creer que hay algo más, sea lo que sea.
Miguel Ángel del Hoyo