«Terror», de Ferdinand Von Schirach
La primera pregunta que me vino a la cabeza al leer la obra es por qué no mandaron desalojar el estadio.
El dilema que se le presenta al lector/espectador de la obra es duro y complejo. ¿Qué habría hecho él?
Después tuve que cerciorarme por las noticias que eso no había ocurrido en la realidad y que se trataba todo de algo salido de la imaginación del narrador. Pero lo cierto es que todo sonaba tan real y tan probable después de los atentados ocurridos en Madrid, Londres y Nueva York que me dejaba con la duda.
La obra, puesto que en realidad es una obra de teatro, muestra el juicio a un piloto que decide derribar un avión secuestrado por terroristas islamistas y orientado a estrellarse en un estadio de fútbol si no se cumplen las exigencias de los terroristas.
El Estado Mayor ha envía unos cazas para que escolten al avión pero sin ninguna orden específica. En ese momento es cuando el piloto decide intervenir y derribar el avión. Y se le juzga por ello porque además el derribo del avión conlleva la muerte de las personas que se encuentran en él. Y ahí queda la labor del espectador de la obra y del lector acerca de lo que hubiese hecho. Y desde luego no es una situación fácil en la que tomar decisiones ni a mí me gustaría verme en esa tesitura.
El piloto que se envía es alguien que ha pasado las pruebas que se le han puesto con unos niveles de rectitud encomiables. Y probablemente por ello no hay ninguna duda de a quién enviar.
Es decir, probablemente el Estado Mayor o los políticos de turno tenían claro a quién enviar pero no querían mancharse las manos en tomar semejantes decisiones. Ese es uno de los palos que el autor da a la clase política y es cómo no tiene ningún problema en poner a otras personas para que tomen determinadas decisiones que no resultan populares.
Otro punto interesante a examinar es que el fiscal, durante el interrogatorio, expone cómo está previsto un determinado tiempo para evacuar el estadio, pero ningún político da esa orden. Lo cual es incomprensible. Y ese es otro palo hacia los políticos actuales. No buscan la opción del mal menor sino acabar de manera expeditiva con un problema pero sin ensuciarse las manos.
¿En manos de quién estamos?
Miguel Ángel del Hoyo