Wislawa Szymborska

 

“A veces la vida es soportable”.

El Museo de la Evolución Humana organiza diferentes actividades culturales por lo que los alumnos de Literatura Universal de primero de Bachillerato aprovechamos la oportunidad de conocer algo más sobre la vida y obra de la ganadora del Premio Nobel de Literatura en 1996: Wislawa Szymborska.

Con este fin y a través de las últimas tecnologías que ofrecen los dispositivos móviles, nos descargamos una APP y pudimos escuchar varios audiopoemas en los vinilos que había pegados en los pasillos del museo.

 

  

También vimos el documental  “A veces la vida es soportable”  que se proyectaba en la sala denominada “Cubo Poético”. Mostraba curiosidades de la vida y obra de esta poetisa que tan pronto escribe poesía sencilla, divertida e irónica en los “Limerick” o poemas de temática diversa que en palabras de los estudiosos de su obra: “Consiguen que superemos la tristeza y nos ayudan a conocer el mundo para enamorarnos de él”.

Destacamos el poema “LAS TRES PALABRAS MÁS EXTRAÑAS”“TERRORISTA” “ELLA FITZGERALD EN EL CIELO”, que nos impresionó especialmente porque escuchamos  comentar a W. Szymborska que a pesar de ser E. Fitzgerald una de las mejores cantantes del siglo XX, no podía entrar en hoteles ni restaurantes de Estados Unidos por estar en vigor la ley de segregación racial.

  

LAS TRES PALABRAS MÁS EXTRAÑAS

Cuando pronuncio la palabra Futuro,
la primera sílaba pertenece ya al pasado.
Cuando pronuncio la palabra Silencio,
lo destruyo.
Cuando pronuncio la palabra Nada,
creo algo que no cabe en ninguna no-existencia.

 

UN TERRORISTA: EL OBSERVA

La bomba explotará en el bar a las trece veinte.
Ahora apenas son las trece y dieciséis.
Algunos todavía tendrán tiempo de salir.
Otros de entrar.

El terrorista ya se ha situado al otro lado de la calle.
Esa distancia lo protege de cualquier mal
y se ve como en el cine:

Una mujer con una cazadora amarilla: ella entra.
Un hombre con unas gafas oscuras: él sale.
Unos chicos con vaqueros: ellos está hablando.
Trece diecisiete y cuatro segundos.
Ese más abajo tiene suerte y sube a una moto,
y ese más alto entra.

Trece diecisiete y cuarenta segundos.
Una niña: ella va andando con una cinta verde en el pelo.
Sólo que de repente ese autobús la tapa.

Trece dieciocho.
Ya no está la niña.
Habrá sido tan tonta como para entrar, o no,
eso ya se verá cuando vayan sacando.

Trece diecinueve.
Y ahora como que no entra nadie.
En vez de entrar aún hay un gordo calvo que sale.
Pero parece que busca algo en sus bolsillos y
a las trece veinte menos diez segundos
vuelve a buscar sus miserables guantes.

Son las trece veinte.
Qué lento pasa el tiempo.
Parece que ya.
Todavía no.
Sí, ahora.
Una bomba: la bomba explota.

 

“ELLA FITZGERALD EN EL CIELO”

Le rezaba a Dios,

le rezaba ardientemente,

para que hiciera de ella

una feliz chiquilla blanca.

Y si ya es tarde para esos cambios,

pues al menos, mi Señor, mira cuánto peso

y quita de aquí como poco la mitad.

Pero el misericordioso Dios dijo No.

Simplemente puso la mano en su corazón,

le miró la garganta, le acarició la cabeza.

Y cuando todo haya pasado –añadió–,

me llenarás de júbilo viniendo a mí,

mi alegría negra, mi tonel cantarín.

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