«El hereje», de Miguel Delibes
Es la segunda vez que me he leído la última novela de Delibes y la he disfrutado aún más. Desde luego que la riqueza de los personajes invita a sumergirse en su lectura varias veces porque siempre se descubre algo nuevo. También es cierto que muchas veces, al leer nos percatamos de detalles que antes no lo hacían porque nuestra experiencia de vivencias nos hace fijarnos en otros detalles.
Es una novela que se sale de lo que es habitual en Delibes. Acostumbrado a su costumbrismo del campo castellano el que la última novela fuese histórica (aunque él rechazaba esa clasificación) me hizo plantearme por algún momento si en realidad había sido escrita por algún “negro” o similar. Luego una vez metido en harina lo descarté. Nadie tiene la riqueza de léxico de Delibes. Así que empezando por ahí, es difícil que lo anterior se pudiese dar.
Me resulta fascinante aunque también, por otra parte, coincido con el hecho de la sensación de hermandad de Cipriano dentro de la corriente protestante. Cómo el ser partícipe de algo tan secreto provoca esa sensación de camaradería. Si bien el hecho de la sorpresa de Cipriano ante el comportamiento de sus camaradas para intentar salvarse tampoco resulta extraño. Es decir, como lector no me resultan extrañas las actitudes de los cofrades. Lo que me extraña es la sorpresa de Cipriano.
En algunos momentos resultan curiosos los paralelismos que traza Delibes con la pasión y muerte de Jesucristo. Por ejemplo, cómo es Minervina la que va acompañándole y ayudando a “portar su cruz”. Y es justamente la relación con Minervina la más sorprendente de todos los desarrollos de la novela. Y cómo esa relación de nodriza acaba derivando en una más incestuosa, resulta por un rato tierna y, por otro, chocante. No sé si el término incestuoso es correcto aquí, puesto que si bien Minervina no es de su sangre, sí que es, por otra parte, quien ha ido criando a Cipriano desde su nacimiento.
En otro orden de cosas, la meticulosa reconstrucción del funcionamiento de la incipiente economía castellana y la burguesía sí que es un buen ejemplo de cómo transcurría todo en aquella época y un excelente vehículo de aprendizaje de aquella época. Y sirve para entender en parte por qué el movimiento comunero funcionó mejor en unas áreas que en otras. Aún así, se nota cómo Cipriano acaba convertido en cierto modo es un prohombre precursor de muchas novedades en Castilla. No sólo por la introducción del protestantismo sino también porque muchas de sus ideas económicas aparecen después en lo que sería reconocido como Escuela de Salamanca, e incluso el concepto de remuneración del riesgo que menciona el tío Ignacio Salcedo, es un concepto que se adelantó unos 400 años a las teorías económicas de Schumpeter.
Por último, hay un aspecto que no puedo dejar de pasar por alto y es cómo el personaje de Cipriano no deja de ser alguien que está en búsqueda permanente de su camino. Está en discusión continua consigo mismo. ¿Tendrá esta novela, por tanto, algún tipo de relación metafísica con una de las más conocidas de su autor, El camino?
La novela, por fin, es una excelente reflexión acerca de la necesidad de la tolerancia y de la necesidad de escuchar y entender al otro, en lugar de hacerlo arder en una pira para dar ejemplo. Lectura y conclusión nada desdeñable en estos tiempos tan polarizados en los que vivimos.
Miguel Ángel del Hoyo