Una temporada para silbar, de Ivan Doig

Ojo: Contiene spoilers. ¿Y por qué? Sencillamente porque no voy a hacer un comentario o crítica literaria al uso. A fin de cuentas no se me ocurre otra manera de comentar un libro más que narrando curiosidades o temas que me han llamado la atención en él. Además de que mucha de la información que se podría proporcionar en esa crítica ya viene en la propia contraportada del libro. Por otra parte, en ocasiones disfruto más con cómo están escritos los textos que con la misma historia, pero esto ya es un tema personal mío.

 

Hay que tener en cuenta que este blog, que surge como iniciativa del Club de Lectura, probablemente tendrá alusiones a las propios libros que vamos leyendo y a veces se me escapará (cuando el comentario lo escriba yo) alguna referencia a otros libros que vamos leyendo.

 

Pero vamos al grano…

 

Por lo pronto me parece curioso el contraste entre el año pasado y éste en cuanto a los libros a leer. El año pasado empezamos con un libro ambientado en la época escolar, al igual que éste; pero el enfoque de cada uno es radicalmente diferente.

 

En el libro de “El alumno Gerber” nos encontramos con un ambiente opresivo. Una estructura pensada para organizar a las personas y en la que todo aquel que sobresale en algún aspecto que al sistema no le gusta, es machacado. La jerarquía y su protocolo es rígida y el profesor es Dios sobre la tierra (excepto en algunos casos en los que los alumnos directamente se ríen del profesor).

 

En cambio en este caso el enfoque del alumno recordando sus años de escolar, es nostálgico y eso siempre suele dejar una pátina de recuerdo agradable a pesar de atravesar momentos duros, como las menciones muy de pasada a la muerte de su madre.

 

En este modelo de educación, la figura del profesor se desvive por sus alumnos y no le importa dedicar horas adicionales cuando ve que puede tener “recompensa” (en este caso, emocional). Comparando los dos modelos se puede apreciar cuál parece “funcionar” mejor con los alumnos, tanto a la hora de obtener resultados como de la recompensa emocional por el profesor.

 

Curiosamente, el caso es que al empezar a leer el libro empecé a pensar en Mark Twain, no sé porqué o quizás porque el personaje sombrío de Brose Turley me recordaba al del Indio Joe de las aventuras de Tom Sawyer. Desde luego que su influencia tuvo que tener el autor puesto que hay momentos a lo largo del libro y relacionados con el cometa Halley en el que su figura es omnipresente.

 

Y ya por último, cuando parecía que el tema estaba encarrilado y que la novela acababa con algo que parecía que debía ser así desde el primer momento (la boda entre el padre del protagonista y la cuidadora que han tenido y que da origen a la propia novela), de repente la obra hace un extraño giro y nos saca una historia un tanto rocambolesca pero, a mi juicio, mal terminada. No me termina de cuadrar cómo, con la rígida moral imperante en aquel momento (estamos hablando de principios del siglo XX), de repente el profesor confiesa a su alumno de 13 años que sí que ha tenido relaciones sexuales con su hermana/cuñada. Y que el otro acepta tranquilamente con la extraña promesa de que se va a alejar de sus vidas. Me dio la sensación que el autor simplemente intentaba cerrar un episodio que veía que se le iba a complicar mucho.

 

Miguel Ángel del Hoyo

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