GRUPO DE ENRIQUECIMIENTO – RELATO DE BRUNO ÁLVAREZ 6º EPO

 

JUGANDO CON EL TIEMPO

 

 

Gonzalo era un niño amante de la informática, pero solo en sus ratos libres. Le encantaba jugar con sus amigos. Son muy fans del baloncesto y es casi lo único que hacen juntos. Por su último cumpleaños le regalaron un ordenador portátil para él solo.

 

Gonzalo y sus amigos estaban esperando el gran partido: el Autocid Ford Burgos, el equipo de la ciudad, se había clasificado para el mejor torneo europeo, el Inter Euro Básquet; juegan unos equipos contra otros, siempre europeos, y al Autocid le había tocado jugar contra el Roma balonccesto. Hoy empieza el plazo de venta de entradas; no se lo quieren perder porque el Roma es el mejor equipo actual del viejo continente. Las taquillas abrían a primera hora de la mañana, y Gonzalo y sus amigos llevaban esperando desde las cinco de la mañana. Con sus propinas, compraron sus entradas y las de sus familias, y fueron muy cansados al colegio. El partido no empezaba hasta dentro de una semana, pero sus nervios llevaban contenidos meses atrás.

 

Semanas antes, los escenarios deportivos, como estadios de fútbol, de baloncesto o polideportivos municipales, habían sufrido una cadena de sabotajes por toda España. Los burgaleses temían que ocurriese lo mismo en su esperado partido, así que aumento la seguridad en el pabellón. Aquel día por la tarde, Gonzalo y Álvaro (el mejor amigo de Gonzalo) fueron al entrenamiento del Autocid; en varios descansos salieron a jugar a la cancha, e impresionaron a los propios jugadores. Después del entrenamiento, se quedaron a hablar con los jugadores. Gonzalo dijo que no se le daba mal la informática, ahí acabó la cosa… ¡o no!

 

Tras hablar en los vestuarios todos los miembros del equipo, decidieron poner a Gonzalo y a Álvaro en el llamado “Ordenador Brillante”, porque aquel ordenador indicaba el estado de los cables y focos del pabellón; y qué menos que dos auténticos fans y amantes del Autocid al mando del estadio. Estaba libre aquel puesto porque su responsable tuvo que ir a Almería por un problema técnico muy grave. Gonzalo se decía:

 

-¡Qué suerte tengo!-

 

Ya solo faltaban tres largos días para el gran trabajo y el Roma Balonccesto acababa de llegar, no se querían perder su llegada, así que fueron a verles, ya que allí estaban los mejores jugadores de Europa, después de los del Autocid, claro. Vieron las estrellan (¡Literalmente!) entre ellos estaban Mike Mikel y Bryan McStan, dos de los tres nominados al mejor jugador de baloncesto del año; su entrenamiento estaba a rebosar de gente, y decidieron ir a merendar por ahí. A la noche, en la radio, confirmaron otro sabotaje en Cáceres y también anunciaron la presencia de Gonzalo y Álvaro en el partido frente a Roma.

 

Solo dos días para llegar a la cabina, que aquella mañana habían visitado. ¡Era más grande que su propia habitación! El “Ordenador Brillante” estaba frente a la puerta, era inmenso y tenía cerca un walkie-talkie para comunicarse con el bedel del pabellón; a ambos lados tenía dos ordenadores más pequeños, uno para regular la temperatura y el otro informaba del aforo en el estadio y uso personal. Álvaro se quedó boquiabierto, ya que también compartía la ilusión, sin embargo, Gonzalo no esperó y se sentó en la silla para empezar a teclear sin sentido. También vio que al lado del ordenador, había unas quince butacas, que decidieron usar para familiares y amigos. Todos sus amigos asistirían al evento en primera fila.

 

Un día, eso es lo que quedaba, Gonzalo ya no en volver a su sitio de siempre, no, ahora pensaba en la cabina, en aquella maravillosa cabina, que esa tarde revisitarían para comprender mejor su manejo, y lo que debería hacer en caso de sabotaje o cortocircuito. Aquella mañana, en su colegio, repartió invitaciones para la cabina y alguna también para las butacas normales. Todos sus amigos agradecieron el gesto de Gonzalo y Álvaro. Tras comer ambas familias juntas, llegaron al pabellón, que ya estaba casi a punto para el partido, subieron por las escaleras correspondientes hasta llegar al paraíso de cualquier informático. La persona indicada para explicar el funcionamiento de los ordenadores era el que en el partido estaría al otro lado del walkie-talkie en el hipotético caso de sabotaje o cortocircuito. Si hay un cortocircuito tras mezclar el sistema de cableado con agua, que podría ser un caso más de sabotaje, llamar al conserje mientras desde arriba se intenta arreglar subiendo la temperatura del estadio, y el aire para secarlo, el bedel realizará un proceso similar. Si fuese una fundición, el personal de mantenimiento se encargaría de cambiar el fallo; y, en caso de sabotaje (es el trabajo más duro)habría que: lo primero, es lo de siempre, avisar al conserje y contarle lo sucedido, los faros que han sido saboteados y los que siguen encendidos; también tendrían que decirle en qué orden han sido cortados para ver si se puede apresar al graciosillo de turno. A su vez le contó cosas de informáticos para mientras el bedel arreglaba los fallos hechos por los saboteadores con el fin de que no dure más de cinco o diez minutos. Más tarde, iniciaron pequeños simulacros para prepararse ya definitivamente. Les dieron un papel para que lo mirasen un poco más en casa y no equivocarse a la hora de los atentados contra el funcionamiento del sistema de luz.

 

Amaneció la nublada mañana, lloviznando, con niebla. A Álvaro no le pareció bien:

 

-Vaya, el día esperado y no cantan los pajarillos…

 

Sin embargo, Gonzalo no paraba de canturrear, bailar y alegrar aquel triste día; la niebla se apartaba al paso del alegre Gonzalo. Su casa, su calle, su barrio empezaron a sentir júbilo cada vez que el niño se acercaba, y es que ya solo quedaban horas para pulsar el botón de encender de cada ordenador. Desayunaron

 

juntos, a Álvaro se le iba pasando y cada vez tenía más ganas de empezar. Se tomaron el café bien cargado, para estar bien atentos y no fallar en nada; también tomaron un buen zumo y un par de sobaos. Los dos avanzaron calle abajo, hasta la parada de autobús, en la que siempre esperaba Álvaro para ir al colegio. Al subir en el enorme vehículo, la gente parecía aburrida, sin tema de conversación o sin saber en qué pensar. Al ver a la pareja ascender hasta el último peldaño, la gente espontáneamente comenzaba a relacionarse entre sí, ¡hasta el conductor parecía llevar un mañana muy amena! Llegaron al colegio, alguno de los compañeros de Gonzalo y Álvaro llevaban escondidas la camiseta, o bufandas del equipo burgalés. Todavía faltaban unas doce horas para comenzar, se iban a hacer muy largas. La clase no tenía pinta de realizarse con más alegría y diversión, por muy feliz que estuviese Gonzalo, la profesora era muy basta, y encima odiaba el deporte.es cierto que por parte de los alumnos era muy entretenida, estaban mirando con cara jubilosa a los dos amigos, esperando a que llegue la noche. Tic-tac, tic-tac, así hacía el anticuado reloj de clase. La primera clase era infinita, ¡no se acababa! Tras varios eternos minutos, sonó el timbre; el siguiente profesor era todavía peor, pero se dejó llevar por la alegría que transmitían aquellos dos estudiantes. Esa clase no se hizo tan interminable. Y tras jugar a varios juegos de la asignatura, bajaron al patio a continuar, pero ahora a juegos que ellos eligieron. La mañana transcurrió con más fluidez, ya no importa el tic-tac del viejo reloj de clase, ahora era otra cosa la que corroía Gonzalo por dentro. A él le gusta imaginar los casos más hipotéticos que pueden ocurrir en cualquier suceso suyo, y en aquel momento, se le vino a la cabeza qué podía pasar si le saboteaban el sistema eléctrico. El partido transcurría muy igualado, cuando de repente, algo hace que el mejor jugador del equipo burgalés, Marcus Vinicius, cayese al suelo. Toda la gente, los banquillos, los jugadores y hasta los árbitros se hacían la misma pregunta:

 

¿Cómo se ha caído? Las asistencias médicas salieron rápidamente a la cancha, y al poco rato encuentran una aguja clavada en el tendón de Aquiles de Marcus. Tras un tiempo de silencio sepulcral, los médicos averiguaron de qué se trataba. Al anunciarlo el micrófono se bloqueó y poco a poco los focos se apagaban. Gonzalo avisó rápido al bedel, y le indicó que el listillo estaba por el fondo sur; los cables habían sido cortados, había poco que hacer. Otro sabotaje imposible de arreglar. El polideportivo entero gritaba y lanzaba alaridos. Llegaron todas las asistencias locales, policía, bomberos etc. Los bomberos empezaron a llamar a Gonzalo que no salía de su asomo:

 

-¡Gonzalo, Gonzalo!- no eran los bomberos, sino su profesora, que se tenía que ir y no podía dejar a ningún alumno. Y entendiendo poco de lo que había sucedido previamente, se marchó. En el patio encontró a Álvaro, que también estaba ansioso por ir a casa con su amigo. Se reunieron con unos amigos para jugar un poco antes de comer. No jugaron un partido muy competitivo, sino que estuvieron hablando a la vez que botaban el balón. Los amigos de los niños, no eran menos que Gonzalo, y también imaginaron, cada uno a su manera, lo que podría suceder en el polideportivo. Cuando acabó el momento pensativo, empezaron a atosigar a Gonzalo y a Álvaro con preguntas al respecto:

 

-¿Y salvaréis el partido?

 

-¿Apareceréis en el periódico?

 

-¿Ya sabéis cómo se usa cada cosa?-Los niños no sabían qué contestar a todas estas preguntas. Así que lo mejor fue acabar el partido y dejar las preguntas en el aire.

 

Tenían toda la tarde libre, así que como buenos niños que son, volvieron a quedar con los amigos, pero esta vez fue en casa de uno entre los tantos, y vieron la película de: No te voy a hacer nada. Era una película de miedo total; trataba de un asesino que iba por las calles de los pueblos, y en los rincones más remotos se escuchaba su voz, y cada vez que alguien giraba la cabeza, aparecía su cara en el aire y morían sin dolor. Dio mucho de qué hablar, pero ni con esas consiguieron hacer tiempo para el partido. Tan solo quedaban tres horas para marchar; el partido empezaba a las nueve de la noche, pero había que estar allí a las ocho y media. Cada uno se fue a su respectiva casa, y Gonzalo aprovechó para hacer la tarea, que ni siendo uno de los jugadores más importantes del país, se iba a librar de ella.

 

Aburrido acabó la tarde, y debido a esta actitud de Gonzalo, el día volvió a oscurecer; aunque se dudaba porque ya era de noche. Se montó en el coche con sus padres, todavía con el Principio de Arquímedes en la cabeza; fueron a recoger a Álvaro, y en su casa remataron la tarde jugando con los juegos nuevos de ordenador de Álvaro. Llegaron más pronto de lo habitual y se entretuvieron con los jugadores; porque lo que más deseaban los niños eran unas fotos y sus autógrafos. Cuando el conserje llegó y comenzó a sentarse la gente, subieron a sus respectivos sitios, tanto amigos y familia, como los propios niños. Encendieron los tres ordenadores, y empezaron a calentar el escenario del partido. Los jugadores salieron a calentar, arropados por los aplausos de los aficionados. De fondo, se oía llover, pero los aplausos acabaron con aquel incómodo sonido. Cuando los jugadores de ambos equipos se retiraron a los vestuarios para comenzar el encuentro, se empezaba a notar la notable presencia del público, ¡no cabía ni un alfiler en el estadio! (tampoco es que fuese muy grande) El partido estaba a punto de comenzar, el balón preparado, los árbitros listos 5, 4, 3, 2, 1… Vinicius y McStan dan el salto inicial. La primera posesión fue para los locales. Gonzalo y Álvaro estaban más que nerviosísimos; todo funcionaba correctamente, la seguridad estaba tranquila. De repente el público grita, ¡y pega alaridos y es que su primera canasta fue un triple desde casi el medio del campo! El equipo comenzaba a crecerse, ahora la ventaja era de siete puntos, contra el mejor equipo de Europa, no está mal.

 

Por sorpresa, tapando los cánticos de ánimo, la lluvia comenzaba a sonar fuertemente en la chapa del pabellón. Una luz roja, parpadeaba intensamente en la pantalla del ordenador, uno de los focos se había mezclado con agua, al que se le sumó otro, y otro… Tres focos cedieron, y una parte de la grada se quedó casi sin luz. Álvaro avisó al conserje mientras que Gonzalo subía la temperatura del estadio. El agua continuó cayendo por una gotera que había generado. Un vigilante tapó el agujero, mientras que el bedel secaba y reponía los cables húmedos.

 

-¿Qué tal vais? ¿Es muy grave?- dijo Álvaro por el walkie-talkie.

 

-Pues, hay que cambiar dos cables bastante grandes de un foco, nos llevará unos diez minutos, no más-

 

El Roma recortaba distancias, aunque el marcador a treinta segundos del final del primer cuarto era de veintiuno a catorce a favor de los locales, que solo logró cambiar Tillman con una anotación simple de dos puntos. Mientras los seguidores se relajaban un poco tras el pitido final, a Álvaro le dio tiempo a ver que todas las butacas estaban ocupadas, el aforo completo era de tres mil personas.

 

Comienza el segundo cuarto con mejora de los italianos, pero la ventaja continuaba a favor de los locales. Gonzalo y Álvaro continuaban muy nerviosos. En ese momento Mike Mikel anota un mate que solo un gran profesional podría lograr; a lo que la afición responde con cánticos imposibles de tapar para que no perdiesen el ritmo. La seguridad en ese momento se unió a los repetitivos ritmos de ánimo, el estadio entero se volcó con el equipo burgalés, cuando de repente, como por sorpresa al apoyo para el equipo, los focos consiguieron encenderse.

 

-Todo arreglado, como te dije solo diez minutos- sonó por el walkie-talkie.

 

El polideportivo aguantó muy bien sin ningún tipo de desperfectos. El grito de un aficionado resonó por todo el polideportivo, al que se juntaron uno tras otro, y es que uno de los jugadores del Autocid estaba tendido sobre la cancha; todos protestaban alguna amonestación importante para el jugador Toni Bricocheli; el árbitro sólo le pitó una personal. Toni ya había sido cómplice de muchas acciones ilegales, tanto dentro del juego como en la calle. Un buen base como es Alberto cabrera se tuvo que ir en camilla a los vestuarios, y su rodilla derecha parecía dar de qué hablar. Tras un gran abucheo colectivo a los árbitros, los primeros bocadillos aparecieron entre el público, eso es señal de que pese a una pérdida tan grave como es la de Alberto C. el equipo de Burgos llegaba al descanso con un resultado de cuarenta y tres a treinta y cinco, a favor local.

 

Pese al hambre atroz de todo el mundo, había una persona a la que el hambre no podía vencer. Todavía quedaban diez minutos para que el partido se reanudase, cuando de repente unos extraños gritos de dolor llegaron a los oídos de Álvaro, eran dos varones, y la peleílla parecía haber concluido. El chico se lo dijo a Gonzalo, que por seguridad conectó por el walki-talki con el conserje.

 

-Hemos oído gritos de un hombre dolorido por la puerta nº2 ¿sabes qué puede ser?- pero lo único que pudieron escuchar fueron sus propios lamentos de miedo, y can razón habían sido provocados, porque por el walki-talki no sonó el conserje exactamente.

 

-Pjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjj, pjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjj-supusieron, acertados que ésta voz no era la del bedel haciéndoles creer que había interferencias. Atemorizados miraron hacia la puerta nº2, una sombra caminaba con paso seguro hacia el final del pasillo, uno de los guardias de seguridad calló al suelo con un leve pellizquito estratégico en el hombro. Cada paso que daba aquella persona, eran diez pulsaciones por minuto más en los corazones de los niños. Rápidamente se lo contaron a sus familiares y amigos, que no lograron avistar ninguna sombra extraña.

 

-¿Estás o no?- El conserje seguía ausente, la cosa empezaba a ponerse muy oscura. Y pese a estar a un poco más del comienzo de la segunda parte, abandonaron la cabina, sus amigos estaban tan nerviosos que ni siquiera notaron su ausencia; pero el individuo sospechoso, estuvo más atento, y salió corriendo repitiendo sus pasos hacia atrás. Y en el peor momento…

 

-¡Chicos!, ¿estáis bien?- el bedel había despertado de su inconsciencia.

 

-Sí, hemos dejado la cabina porque vimos un personaje muy extraño y misterioso por la puerta nº2.

 

-No he llegado a verle, pero a mí, y a los de seguridad nos ha dejado dormidos; ahora supongo que habrá huido…- La conversación acabó ahí, los niños salieron corriendo por el pasillo de la puerta nº2, y continuaron hasta la sala de calderas. La puerta estaba entreabierta; cuando empujaron ligeramente la puerta, los gritos de los aficionados celebraban otra canasta.

 

En la salucha no había nadie, pero si una nota escrita con letras de periódicos y revistas. Allí se mascaba la tragedia. La nota decía algo así:

 

Queridos chavales:

 

Sé qué queréis saber quién soy, debéis buscarme, e ir un paso más adelante que yo. Voy a sabotear el sistema eléctrico central de toda la provincia, a ver si así distraigo a más gente.

 

Postdata: Todo lo que os acabo de contar no os va a servir para mucho, porque es mentira.

 

Os mandé esto solo para ganar tiempo.

 

JA JA JA JP

 

Tras esta interrupción, no había mucho tiempo para pensar, y decidieron aumentar la atención y la seguridad.

 

-Manteneos atentos, hemos perdido su rastro, pero a su vez hemos conseguido una pista- el bedel alarmó a los guardias, despertó a los dormidos, e incluso valló todas y cada una de las puertas principales de entrada, y las secundarias, y también las terciarias, el resto estaba repleto de setos; lo que supuso un gran fallo en la defensa, ahora la policía tardaría mucho en poder entrar, pese a todavía no estar avisada. Algo bueno en esa noche, es que el equipo, al final del tercer cuarto había conseguido hasta aumentar la ventaja.

 

Uno de los amigos de Gonzalo y Álvaro, supuso correctamente, el uso de los ordenadores, y se puso al mando de ellos, y la verdad es que poco podía hacer en plena persecución

 

De repente, el sospechoso apareció por la puerta nº1, la más vigilada; lanzado corrió a toda velocidad frente a una hilera de vigilantes, que apenas se enteraron de lo que les había pasado frente a sus narices; solo hubo uno con vista rápida, que alargó la pierna, para que si era cierto que algo corría desesperadamente por delante de sus compañeros, que se tropezase con su pierna, pero tras su fallido continuo como si no había pasado nada. Es cierto que era muy rápido, y en eso el sospechoso ganó demasiado tiempo. Uno de los guardias no dejaba pasar a los niños, pues la excusa de que la persona a la que perseguían había pasado por ahí no valía, porque ellos no la habían visto pasar. Dejaron al malhechor libre, y tuvieron que dar toda la vuelta para poder comprobar que había huido de la zona de los baños. Cuando pasaron por una zona en la que se podía ver la cancha, se asombraron porque pese al buen cuarto que estaban haciendo los italianos, el equipo continuaba a cinco puntos de ventaja, y fue de lo poco que les pudo alegrar la noche

 

Aquel intruso era demasiado escurridizo para ellos; era muy rápido, algo inteligente y además se veía que había planeado bien este asalto. Por lo menos estaban logrando que el partido fluyese con normalidad. El público no notaba la presencia de este infiltrado, lo cual sumaba otra desventaja para los perseguidores. Cada segundo que corría, alargaba el siguiente, y el exceso de faltas y tiempos muertos hicieron que fuese la mayor pesadilla de sus cortas vida. El bedel se puso en acción, y animó a Gonzalo y a Álvaro para acorralarle entre los tres, y no dejarle salir en cuanto se lo encuentren. Lo intentaron por pasillos, entradas a otras salas, pero no hubo forma de pararle. En una de estas, el conserje y él se pararon en una de las salas para hacer esgrima. El bedel se aprovechó del cansancio de su oponente, para hacer fotos con la mente, por si en un futuro le piden una descripción. Vestía de negro, con un pantalón de chándal bien ajustado, pero a la vez le dejaba correr muy libremente. Una marca de camisetas térmicas sobresalía bajo la sudadera, un gorro cubría su cabello, y un pasamontañas ocultaba su insensato rostro. Por seguridad y protección desenvainó uno de los sables que había en la pared, y la respuesta no fue otra que coger otra espada. Justo cuando la lucha iba a comenzar, un mechón rojizo asoma entre el gorro y el pasamontañas, pero apenas le dio importancia.

 

Los niños se despistaron del plan, perdieron al saboteador junto con el conserje, y mareados de tanta vuelta, salieron corriendo por el lado equívoco, donde por casualidad vagaba otra nota escrita similarmente a las anteriores

 

Dirigido a los chavales de la cabina;

 

Ya veo que seguís tras de mí, y os adelanto que os va a costar darme caza. Una ligera modificación en mi calzado es lo que más os va a gustar si lográis atraparme, claro está. No sé yo si este es el camino que debéis tomar en mi persecución, aunque viendo mi persona no soy quién para impediros nada, haced lo que os apetezca, porque os podéis topar conmigo en cualquier rinconcín del país entero

 

Postdata: Lo he vuelto a hacer para ganar más tiempo.

 

JA JA JA JP

 

Otro error corría en su cuenta, cuando en una alejada sala, se oyen varios roces metálicos, y algún que otro grito. Viendo que ya tenían demasiados fallos, y además, a esa hora no se practica el esgrima, salieron corriendo a toda pastilla. Pero al llegar a la puerta de la sala vieron que la sala estaba cerrada, pero había alguien dentro, y por el sonido de los floretes, se diría que dos personas se hallaban en el interior de la sala. Desde dentro, el conserje no se dio cuenta de que Gonzalo y Álvaro estaban intentando abrir. Los niños se apresuraron, pero vieron que no había manera.

 

-¡Esto me pasa por no comerme el bocadillo de la cena!- exclamó Álvaro algo frustrado. La escoba que atrancaba la puerta comenzaba a ceder, si no se partía, se caería por un lado. Gonzalo quiso tirarla debajo de una vez por todas, y golpeó con el hombro y todo el brazo en la puerta, pero tampoco dio resultado.

 

El bedel se percató del estruendo (y quién no) y se arrimó a la puerta. Con un costado empujó levemente la escoba, y ésta cayó al suelo. El equipo volvía a funcionar; ya era un tres contra uno, no tenía mucho que hacer. De repente, los ojos pusieron una forma pensativa, se metió la mano en el bolsillo, y apareció justo en la puerta, echó a correr, y se desvaneció entre los múltiples pasillos.

 

-Bien chicos, seamos sensatos, está claro que su magia es desbordante, y nos la está jugando- repuso el conserje.

 

-Lo mejor que podríamos hacer es dividirnos, y el que le encuentre, si es necesario, que le frene usando, ¡un poco! la violencia- propuso Gonzalo. Y así fue, cada uno por su lado corrían como si en vez de ellos perseguir, les persiguiesen a ellos. Álvaro corría por uno de los pasillos principales, que daban un poco enrevesadamente a los vestuarios; cuando casi sin darse cuenta, observó otra nota similar a las anteriores:

 

Hola de nuevo.

 

Como podéis observar soy rápido y muy inteligente. Pero me acabo de percatar de que cometí un gran fallo en la sala de las espaditas raras. Os revelé ligeramente una de mis armas de combate, no, no llevo ninguna pistola ni nada por el estilo. Tampoco llevo un kit de magia conmigo, porque no soy ningún mago, pero si tiene algo que ver con la sobrenaturalidad de algún objeto. Ya que la he usado una vez, y os he dado las pistas suficientes para poder adivinar lo que es, me tomo la libertad de volverlo a usar más veces.

 

JA JA JA JP

 

Tras leer, y releer esto, se la leyó a Gonzalo para que supiese de su existencia.

 

-…, me tomo la libertad de hacerlo más veces. ¿Qué arma puede ser? Con eso me he quedado yo

 

-Pues… veamos… A ver, rebobinemos; cuando entramos en la sala solo estaban el bedel y él ¿no?-pensó Gonzalo

 

-sí, o si había alguien más yo no le vi- respondió Álvaro.

 

-Y seguidamente introdujo su mano derecha en el bolsillo, después se debió mover sin que le viésemos hasta la puerta, que estaba justo detrás de nosotros. Una pregunta, ¿por casualidad en qué clase de objeto podía llevar guardado en su bolsillo del pantalón?

 

-Déjame hacer memoria… me parece que era algo circular, no muy grueso ni muy ancho, no creo que nos diga mucho…

 

-Pues ya se pueden descartar varias cosas.- Tras esta conversación, que daba la impresión de estar inacabada, la carrera de Álvaro continuaba, hasta un determinado punto. Al final del pasillo estaba el autor de las notas, que acababa de comenzar otro texto. Éste, cuando le vio, se metió la mano en el bolsillo, la nota se completó y el malhechor desapareció. Las revistas con las que escribía se movieron ligeramente. Álvaro observó aquellas revistas, y pudo apreciar, que eran de moda, zapatos etc, lo que sorprendió a Álvaro:

 

Cansinos chavales, y el conserje;

 

¿Os gusta mi juguete? Gracias a él he realizado todos los asaltos. Sí, sí, todos han sido míos. Viajo por toda España a la velocidad de la luz, o más rápido si quiero. Mi próximo objetivo es Francia, un país que no me gusta mucho, o algún otro gran país cercano. Aunque me gusta burlarme de vosotros. Ya sabéis que mientras que yo tardo menos de dos segundos en escribir esto, vosotros tardáis mucho más en leerlo, y a veces lo tenéis que volver a leer porque no lo comprendéis. Y ahora dejadme cortar lo que me dé la gana en paz. JA JA JA

 

JP

 

Por otra parte, Gonzalo y el conserje, ya se habían reunido, pero faltaba Álvaro, que seguía muy intrigado con el objeto del pantalón, ya no solo le hacía desaparecer, que no es poco, sino que ahora también le completaba las notas. ¡Eso debería estar en algún museo, o también podría pertenecer a algún prestigioso científico, poro no a un saboteador de cables! Tampoco tenía demasiadas ventajas tenerlo, porque no ganas ni dinero, que, ni buena fama, que suele ser lo que desgraciadamente buscan una de estas personas. Si le hacía ilusión tener dinero, que se monte un buen negocio, bien organizado, o si lo que buscaba era salir en la televisión, que trabaje duro, que puede que así no salga en la televisión (que ya ves tú que problema), se autor recompensaría con su esfuerzo.

 

El partido iba a concluir, pero hasta que no se pitase no se podía parar. Los ojos de Gonzalo y Álvaro dejaron (solo vagamente) de preocuparse por la ligera momentánea victoria del equipo de Burgos.

 

Tras el reencuentro de Álvaro con el resto, el bedel se acordó de un detallito.

 

-Si vosotros estáis aquí entonces… ¿quién está ahí arriba, al mando del “Ordenador Brillante”?-exclamó el bedel.

 

-Eh… ¡Ah! Se ha puesto Jorge, es un crack con la tecnología, aunque no creo que haya realizado demasiado trabajo de esfuerzo. Espero que no le importe…

 

-Mientras nosotros le quitemos gran parte del trabajo, seguro que hasta nos lo agradece- respondió el conserje, atento en cada detalle de la operación.

 

El partido había concluido con un esmerado empate a ochenta y nueve, el público disfrutaba del encuentro, cada vez, más gente aficionada al equipo comenzaba a sentirse un poco más revolucionada. Los

 

asientos estaban tan calientes que un poco más de calor y el plástico se derretiría, nadie se quería perder ni un solo segundo del partido.

 

-Bien chicos, por desgracia el partido no ha finalizado, tenemos que ver, ahora más que nunca qué lleva ese hombre en el bolsillo derecho. El plan es el siguiente. De alguna forma hay que acorralarle, entonces cuando le tengamos, nos iremos acercando a él hasta que en un determinado momento saltaré, o haré lo que sea, para poder lograr tocar el objeto y así tener una mínima idea de qué puede ser. ¿Bien?

 

-¡Bien!- respondieron al unísono los dos chicos. El partido no se había desempatado, y temían que hubiese otra prórroga. Tenían que buscarle todos juntos, mientras estaban muy separados entre sí. Uno del personal de seguridad les prestó un walki-talki, sintonizaron los tres la misma señal, y el que primero avistase al presunto saboteador, que contacte con el resto. La persecución fue bastante bien, ya que en menos de dos minutos el malhechor ya estaba en apuros. Estaban a menos de cinco metros de distancia, pero todavía no podían atacar, las piernas del conserje no daban para tanto, a pesar de ser bastante alto.

 

Poco a poco se iban acercando, él parecía conocer el plan. Estaban todos muy nerviosos, pero muy pensativo a su vez. El bedel también estaba pensando si lanzarse ya a por él. Todo pasó por los cerebros de todos, y al mismo tiempo que el bedel saltaba a por el ilustre cacharrito, el intruso introdujo su mano en el bolsillo, y un pequeño clic rompió el silencio que había en el pasillo. El conserje notó que los niños no podían moverse, pero él y el malhechor sí. Otro clic se repitió, y todos salieron del trance.

 

-¡Eh! ¿¡Lo habéis visto!?- preguntó el conserje, esperando un sí por respuesta

 

-…No, lo que noto raro es que de repente vosotros estabais cerca del centro del corro y después, él desapareció y en un instante tú cambiaste de posición- respondió Gonzalo sin comprender todavía mucho la situación.

 

¡Ah! ¡Ya lo entiendo todo! O eso creo. Mirad, lo que tiene escondido no sé muy bien lo que es, pero si puedo suponer su función, y me parece que cuando pulsas algo, un botón, el tiempo se detiene excepto para el que lo pulsa y el que en ese momento lo esté tocando, y cuando vuelves a pulsar todo vuelve a la “normalidad”, entonces en ese espacio de tiempo, que puede ser toda una vida, le dio tiempo a hacer todo lo que nos ha fastidiado. No lo usaba demasiado y de forma continua para que sospechas como estas no se hiciesen realidad, ¡pero falló!- dedujo el bedel, muy entusiasmado. Entonces volvieron a su búsqueda, cuando al doblar la esquina, otra nota semejante a las previas desvió su mirada:

 

Hola de nuevo.

 

Esto de la prórroga nos fastidia a todos ¿eh? Pero me da exactamente igual porque soy capaz de adivinar (o escuchar) todos vuestros planes y estrategias. Viendo que mi agilidad no es la mejor, ni tampoco la inteligencia es mi fuerte, debo prescindir de mi arma, que como ya os dije no tiene nada que ver con las pistolas. Os aburriría con la historia de cómo la conseguí, pero unos cables me esperan por ahí y no quiero perder más tiempo. Seguiré igual, o no, eso depende de vosotros. Lo usaré o lo dejaré guardado, ya sabéis a qué me refiero. ¡Ah! Y por último, si avisáis a la policía el juego se pondrá muy feo. Esta nota se destruirá cuando terminéis de leerla (¡ROMPEDLA!)

 

JA JA JA JP

 

Leído esto, otro gesto de frustración nació en los rostros de los tres perseguidores. Le habían perdido, otra vez.

 

-Recapitulemos, si estamos en la prórroga y no quedan más de quince minutos de partido total, querrá llamar la atención aunque solo sea este tiempo restante. Así que irá directo a por los cables.- observó Álvaro. Y cuando esta voz se hizo presente, corrieron por las escaleras hasta llegar al piso más alto.

 

En un pasillo empolvado había una puerta que se adornaba con un cartelito de prohibido pasar. Sin hacerlo mucho caso, empujaron la puerta. Cuando ésta se abrió, la sorpresa reinaba, como otras muchas veces. ¡Dos guardias de seguridad plenamente dormidos! Daban por supuesto que había sido él. Al fondo del primer pasadizo, la puerta de material estaba abierta de par en par. Le cerradura había sido forzada con un juego de ganzúas, que yacían en el suelo diez metros más adelante. Gonzalo fue a cogerlas, pero vio detenidamente, que un fino hilo de coco salía de la parte trasera de una de las ganzúas. Rápidamente miró hacia arriba y pudo mascar la tragedia; pues un gran balde de agua estaba a punto de caerse sobre él. Si eso ocurre, todos los cables de alrededor se mojarían, y ellos mismos cometerían el fallo.

 

Por otra parte, una caja estaba sobre el suelo de la sala de material. Era una caja con varias tijeras de plástico, cinta aislante, hilo de coco, celo etc. Dieron por hecho que el saboteador había cogido el hilo, y unas tijeras también. Unos decepcionados ojos, asomaban en un escondrijo. El conserje los avistó, a esos brillantes ojos y a unas tijeras azules que se movían con las manos de la persona escondida. En aquel escondite reinaba la desesperación; el plan había sido desbaratado por aquel chavalín de no más de trece años. Otra vez su mano fue introducida en su bolsillo, ocultando las tijeras, y apareció un poco más adelante, en medio de una carrera. Velozmente salieron a atraparlo, cada uno por un lado, como venían haciendo últimamente. Del bolsillo contrario al que guardaba el reloj cayeron las tijeras, un punto a favor, porque no se había enterado. Álvaro corrió a por ellas y las guardó en un lugar más seguro. El plan salió a la perfección, aquello parecía una repetición, pero en diferente escenario.

 

El malhechor corría imparable hacia Gonzalo, que cada vez sabía menos lo que hacer; cuando iban a colisionar, sonó un doble clic, y apareció justa a sus espaldas. Anonadado se dio la vuelta y comenzó a correr tras de él, sabiendo de dónde provenían los sonidos y después de que apareciese justo detrás de él. En estos momentos todos le perseguían, era la ley del que más aguantase corriendo. De nuevo volvieron a las zonas de las gradas, donde la mayoría de los espectadores les miraban despectivamente por distraerles algo menos de medio segundo. Álvaro giró la cabeza, para mirar cómo iba su equipo, y se asombró al ver que el partido seguía roto con un empate a noventa y seis. Al pasar por delante de los palcos, desapareció, para ocultarse delas autoridades. Ágilmente, el bedel avistó la punta trasera del talón del saboteador, corriendo por un pasillo secundario que finalizaba en los baños. Puesto que no había más salidas, Gonzalo se ofreció a entrar en los aseos de señoras, y Álvaro y el conserje fueron al de caballeros, donde ellos suponían que estaba. Un leve sonido, atravesó los oídos de Gonzalo. Algo o alguien había caído por la ventana sobre unos arbustos. Rápidamente Gonzalo avisó al resto para ayudarse a salir por la ventana.

 

En una calle sucia de uno de los barrios más desfavorecidos de la ciudad, el individuo corría desesperadamente con cuidado de al doblar las esquinas no pisar charcos de cerveza o cosas peores. Una vez todos abajo, repitieron todos los pasos que daba el extraño (salvo los que era mejor no pisar), incluso repetían todos los ligeros saltitos para subir bordillos o escalones. Estas calles tan poco accesibles estaban acabando, ya se comenzaba a ver alguna casa no muy destartalada, o algún bar de noche con poca gente. Burgos comenzaba a ser como de verdad era, bonita y culta.

 

La persecución ya era en plena calle principal donde de repente apareció una nota. Quería, pero no podía disimular que el autor había sido él:

 

Querida gente que me persigue.

 

Ya tenéis otro punto a favor, y es que si alguien ve a una persona vestida de negro con un pasamontañas ocultando su rostro, y encima huyendo de gente pues se uniría lógicamente.

 

Por cierto, os preguntaréis que qué voy a hacer ahora, si ya escapé del estadio. Bien, ahora lo único que deseo es salir de aquí ileso, sin antecedentes a ser posible. Iré pues a otros acontecimientos deportivos, fuera de esta provincia, o de esta comunidad si hace falta, y por supuesto, con mi cacharrito que tanto os gusta.

 

Postdata: ¿Por qué no hacemos un marcador que ponga villano VS niños y conserje? Es para ver quién gana.

 

JA JA JA JP

 

La ventaja aumentó tras este imprevisto, pero su ligera avanzada edad empezaba a traicionar, tanto al bedel como al saboteador. Las calles se apagaban, pero su duración no sería muy larga. El conserje miró su viejo reloj, que marcaba ya casi el final de la prórroga. El bedel tenía un reloj antiquísimo, que lo que para muchas personas era una birria de reloj, para él era una joya perfecta, en su mejor estado. Lo heredó de su padre, que en sus tiempos fue el mejor de los joyeros del país. Lo guardaba como un gran recuerdo. El conserje se descolgaba de la persecución. Con un boli, y la primera notita, hizo un avión en el que escribió un pequeño texto. Les decía que lo desviaran hacia garajes, callejas etc. Para hacer como venían haciendo necesitaban estos escenarios.

 

Equívoco por las decisiones del conserje, se metió en una calle secundaria, pensando que no le habían visto, y para reposar. Estratégicamente los niños pasaron de largo, pero se quedaron en la esquina preparados para atraparle cuando saliese. Al cabo de unos segundos, salió relajado de la callecita, con la intención de quitarse el pasamontañas, y ser una persona más. Como reflejo, le dio al botón, y volvió a sonar un clic, y al recomponerse del susto que le habían dado, se metió en el garaje, para salir de ahí con un coche. Forzó la puerta, y sin querer, se apoyó en la pared; el botón se pulsó, y se oyó como se cerraba la puerta.

 

Dentro del garaje solo había coches viejos, la mayoría abandonados; al fondo del primer sótano, avistó un coche bastante decente.

 

Cuando el bedel llegó a la puerta del garaje, vio que los chicos estaban intentando abrir la puertecilla de peatones a la fuerza. Con un gesto, los apartó, cogió un clip, un tornillo y unas tijeras que llevaba él y en tres segundos estaba abierta.

 

-Décimo octavo capítulo de McGiver- sonrió el conserje. Con temor a los chirridos que podrían delatar su presencia, entraron con cuidado.

 

Según se acercaba al coche que tenía previsto coger, veía que tenía un capó enorme, a la par que el morro y el parachoques delantero. Por detrás de él, corrían silenciosamente los niños y el bedel, ya recuperado de su fatiga. Percatado de su presencia, hizo como si nada, y continuó andando sin prisa.

 

Cuando estaba a tiro de piedra, comenzó a correr. La puerta del coche se abrió de repente, y una varilla metálica encendió el coche en el lugar de las llaves.

 

Como hacía ya tiempo que estaban fuera del recinto deportivo, del que solo se podía salir de mala manera por el baño, llamaron a la policía. La cobertura fallaba, pero el conserje no se atrevió a dejar a los niños solos; así que acertadamente decidió esperar a salir fuera. Una marca reluciente sobresaltaba en el respiradero del coche, y pese a no saber mucho sobre este tema, hicieron comentarios absurdos para hacerse los interesantes:

 

-¡Ahí va! ¡Pero si esa marca tiene una media de 350cv por modelo! –dijo Gonzalo.

 

-¡Ya te digo! Y además es carísima. No me extraña, con todos los cilindros que tiene…-comento Álvaro. Y tras estos comentarios inusuales en los niños, el villano subió al coche; pero cuando pretendía usar el coche para escapar tranquilamente, observó que el vehículo no podía moverse mientras estaba en medio del trance. Extrañado por la reacción, abrió hábilmente la puerta del garaje, y saló escopetado con el coche. Ahora era la desesperación, la que dominaba en los rostros jóvenes de los niños. Era la primera vez que fracasaban tan gravemente. En bedel no se rindió, y salió a la caza del coche.

 

-¡Vamos, venga! El partido ya ha acabado, así que ahora habrá más tráfico, y más gente por las calles a pesar de ser tarde. Y encima el coche no puede correr mientras el tiempo está parado- animó el conserje.

 

-¿Y cómo sabes tú eso?- preguntó incierto Gonzalo.

 

-Lo acaba de gritar hace unos segundos, ¿es que no te has enterado?- dijo el bedel con gesto irónico. Tras esto, salieron a la calle, en búsqueda y captura del lujoso coche. Cuando desembocaron en una calle primaria, los coches pararon en uno de los semáforos; por miedo a que le persiguiesen, el saboteador se libró del pasamontañas; tras aquella oscura prenda, el precioso rostro de una mujer acompañaba una cabellera ondulada, de un encantador color rojizo. Aquella mujer era más joven de lo que el conserje estimaba; él parecía tener algo de interés por la chica. Rápidamente se colocó el gorro, y se ocultó todavía más tras una bufanda. Gonzalo y Álvaro veían que la idea de llamar a la policía se iba a posponer un rato.

 

El semáforo las apoyó con un verde esperanza; aunque según cambió de color, el malhechor huyó quemando rueda. Al mismo tiempo que el cochazo se daba a la fuga, el bedel se reencontró consigo mismo:

 

-¿Policía? Verá, estoy persiguiendo al famoso saboteador de los partidos deportivos. Está yendo hacia la autopista, dirección Madrid. Va a bordo de un lujoso Porsche® negro, acudan rápido.-Cuando el jefe de la comisaría colgó, todas las alarmas, tiñeron la sala de un escalofriante color rojo, que era acompañado por un ruido que era imposible no saber a qué se refería. El edificio de policía se quedó prácticamente solo.

 

Una mujer aguantaba en aquel lugar, parecido a una calle de las afueras. Todos los papeles tirados por el suelo, en el área de descanso cientos de vasos de plástico abandonaban por el suelo el café de su interior. Aquella señorita, uniformada con ropa azul clara y unas zapatillas blancas de goma, comenzó a ordenar rabiosamente todo lo que los miembros policiales habían tirado. Una vez colocados los papeles de cualquier forma, fue al área de descanso, se frustró del todo. Una lágrima cayó de sus ojos, hacia sus mejillas, mientras otras miles se agrupaban. Su destino cambió en ese momento. Ahora su enemigo era su propio jefe, su aliado la saboteadora. Tomada esta decisión, se arrancó la chapa que ponía su nombre: Rosa García. Fue al final del pasillo, donde una puerta blindada escondía las pruebas de muchos delitos, aún por resolver. Abrió los varios cerrojos, con una gran llave que colgaba en su distinguido llavero. Cogió una bomba, todavía por activar y se la guardó en su bolso. Robó una moto azul y blanca, y se fue a una calle de las afueras. Un enorme edificio, llamado vulgarmente “muralla”, sobresaltaba en la calle. Lo llamaban así porque protegía la ciudad. Rosa, colocó la bomba en una papelera, que estaba en los soportales de la gran casa; la activó, y se fue rápidamente. Ninguna luz estaba encendida, solo el resplandor de una televisión, podía distinguirse en una de las ventanas, tampoco había ningún tipo de sonido, solo el motor del vehículo perturbó la paz de la oscura calle.

 

Quince minutos más tarde, mientras intentaban dar caza al lujoso Porsche® negro, el edificio voló, literalmente por los aires; y se redujo a escombros. Los habitantes lloraban, y se desesperaban desoladamente. Muchas heridas y fracturas, muchos llantos innecesarios, que Rosa había generado.

 

Parte de la policía tuvo que ir junto con los bomberos y las ambulancias a la zona afectada por la bomba. Y desde que un minúsculo ¡pum! alcanzó los oídos de la mujer, supo que tenía un aliado; una, en este caso. El jefe de bomberos llamó rápidamente a más de la mitad de los coches patrulla que perseguían a la mujer.

 

Rosa, sola en la comisaría, comenzó a llorar y llorar, pero solo por ganarse un sucio dinero, recogió los vasos de plástico, y secó el café de la deshabitada sala. Su pereza la superó, y escondió todo dentro de la máquina de café. Desolada, recayó en el infierno del llanto; su conciencia estaba tan perdida que ni ella sabía qué hacer. Tras minutos de lágrimas descontroladas, visualizó una navaja suiza; su cuerpo, su mente, toda ella deseaba el suicidio. No sabía cómo aguantar aquella horrible tentación, pero rindiéndose, dejó su carta de dimisión sobre la mesa, para que su jefe la viese a la mañana siguiente, y se marchó a su casa.

 

Los niños viajaban en uno de los coches de policía, junto con el bedel del polideportivo, y un par de policías; el coche iba lo suficientemente rápido como para aguantar así lo que dijese la gasolina del coche que perseguían. Segundos después, otra alarma, más chica, sonó. Era el momento de usar el nuevo sistema de repostaje, mientras el coche corría. Estaban en reservas, la flecha que lo indicaba se movía sumamente lenta, si la operación saliese mal, se iría todo al garete. El policía copiloto, cogió un tubo flexible, y tras abrir el tapón de la gasolina, con cuidado de no caerse por la ventanilla, introdujo el tubo por el agujero de la gasolina; seguidamente echó la gasolina por el tubo hasta llenar el depósito. Un radar fotografió a los seis coches de policía, y al Porsche® también, pero no le importó a nadie. Cuando la policía estaba a punto de pillar a la malhechora, ésta cambió de carril, para despistarles, pero no ganó nada, solo que todos los coches perdiesen media goma en la curva. Desembocaron en una gran recta, donde la frescura de la gasolina ganó metros, y al estar tan cerca del coche, un policía empujó ligeramente el maletero del lujoso coche, y este perdió completamente el control del vehículo, otra táctica policial. Cuando dejó de girar sobre sí mismo, la arrestaron, la pusieron un par de esposas y, sin oponer resistencia la metieron en el mismo coche que los niños.

 

Así que eres una chica ¿eh?- dijo Gonzalo amistosamente. Asintió, metió su mano en el bolsillo, y les dio el cronómetro que paraba el tiempo. Era una auténtica joya. De él, pegada con celo, había una nota, ya escrita a mano:

 

Ya que yo voy a ir a la cárcel, quiero caiga en buenas manos. Fue mi única herencia, de mi padre, y yo pues… me volví loca completamente.

 

Guardadlo, gracias. JP

 

Los niños comprendieron la situación en la que estaba la chica, lo guardaron, y acabaron el trayecto en completo y absoluto silencio. Al llegar a comisaría, se informó a todos los medios de comunicación de lo ocurrido, pese a que todos estaban en el edificio.

 

Rosa García llegaba al edificio, de nuevo llorando:

 

-¡Mi casa, mi casa! Todo por los suelos- había destrozado su propia casa. Puso la excusa de que llegaba de trabajar de señora de la limpieza en la policía. Las ambulancias no paraban de hacer viajes de ida y vuelta, para llevar a los heridos, encontrados entre los escombros. La policía investigaba qué tipo de bomba había podido destrozar de tal manera, y sobre todo quién había podido hacer; y los bomberos, intentaban sacar a más gente enterrada, si es que había.

 

Antes de que el coche patrulla aparcase cerca del edificio, dejaron a los niños en casa de Gonzalo, y al conserje en su hogar.

 

-Qué chicos, ¿cómo ha ido la búsqueda? ¿le habéis atrapado?- preguntó la madre de Gonzalo, estando más informada de lo esperado.

 

-sí, le hemos atrapado, después de dar muchas vueltas. ¡Ah! También ha explotado la Muralla, dicen que ha sido una bomba- contestó Álvaro, más tranquilo de lo normal; no parecía que hubiesen tenido una larga persecución, y que encima hayan dado caza al saboteador más buscado, que resultó ser una chica. Disimulando, fueron a la cama, dijeron que estaban cansados, que lo estaban, pero no durmieron exactamente, comenzaron a jugar con el cronómetro que, parecía que les habían regalado.

 

-Oye, Álvaro, como habrá un juicio y todas esas gaitas, tendrán que tener pruebas ¿no?- dijo Gonzalo.

 

-No te sigo muy bien- contestó Álvaro.

 

-Pues… a ver… ¿Que qué hacemos con el crono?

 

-¡Buf! Pues es una gran responsabilidad, claro; si lo guardamos no sabrán como realizaba todos los sabotajes, pero si se lo damos, se perderá entre probetas y tubos de ensayo. Por mí nos lo quedamos.

 

-Ya se lo que hacer. Pásame un boli y un papel, y coge las zapatillas, ¡nos vamos a comisaría!- dijo Gonzalo, ahora parecía él el saboteador, dejando notas por ahí. Llegaron andando a comisaría, con el tiempo en pausa, entraron con facilidad, y buscaron a la malhechora, que iba a pasar la noche allí. Escribieron la nota, y la pegaron en una mesita que había:

 

Hola,

 

Somos los niños del coche, queríamos saber tu opinión para el fin del cronómetro, si quieres que acabe en la policía o nos lo guardemos, déjalo escrito por detrás de esta nota, y deposítala en el mismo sitio, la recogeremos. Por mucha ironía que parezca, te deseamos mucha suerte con el juicio.

 

Gonzalo y Álvaro

 

La chica la leyó, muy detenidamente, pero fue escueta a la hora de responder:

 

Quedároslo, por mi bien y por el vuestro.

 

Fue un encuentro muy corto, que ambos bandos estaban esperando. Los niños volvieron a pulsar el botón, y retornaron a casa a dormir.

 

Al día siguiente, Álvaro se levantó a su hora normal, pero como estaba demasiado cansado se puso a dormir con el tiempo parado, metiendo a Gonzalo también en el trance. Más tarde Gonzalo se despertó, un poco más despejado, miró la hora, pero el segundero ni se inmutaba. Asustado, despertó a Álvaro, pensando que alguien había pulsado el botón.

 

-¡Álvaro, Álvaro despierta!-exclamó Gonzalo. Álvaro, entrecerró los ojos, fingiendo estar dormido, pero tras la insistencia de Gonzalo, tuvo que contestar.

 

-¡Pero qué pasa!- Gonzalo le explicó todo lo sucedido, y con un gesto irónico, se volvió a dormir. Gonzalo volvió a pulsar el botón, y levantó a Álvaro cogiéndole de los brazos. La madre de Gonzalo se había ido a trabajar muy temprano, y su padre llevaba dos años y medio en Irlanda, de viaje de negocios. Ágiles se lavaron la cara, para estar más atentos, y se prepararon cada uno su desayuno.

 

-¡Pero qué tarde que es! No vamos a llegar…-exclamó Gonzalo con mucha ironía, y pulso el cronómetro, otra vez. Tranquilamente se vistieron, y prepararon sus mochilas. Fueron hacia el colegio, pero no pudieron coger el autobús, porque pese a que no funcionasen con el tiempo parado, ya se había marchado.

 

Llegaron al colegio, muy cansados, pero antes de entrar por la puerta, Gonzalo se fijó en un detalle, que podía ser bastante importante.

 

-¡Eh, Álvaro! Espera, no le pulses todavía, si le das apareceremos justo aquí, y todo el mundo verá que aparecemos de la nada.

 

-Es cierto, vamos a los soportales de aquel edificio, y hacemos como que venimos de ahí corriendo, ¿vale?- y dicho esto, comenzaron a correr hacia el patio del colegio; llegaban justos, todavía no habían entrado los de su clase. Rápidamente, Jorge se abalanzó sobre ellos, y les preguntó muy sorprendido:

 

-Pero, ¿qué os pasó anoche? Me tuve que poner al mando, espero que no os importe.

 

-¡Ah! Es que… ¡Me entraron ganas de ir al baño…y, pues, fui a dar una vuelta por el estadio, y me desentendí del trabajo- Gonzalo puso la primera excusa que se le vino a la cabeza, y lógicamente Álvaro tuvo que cuestionar su respuestas, a solas, claro.

 

-¿Por qué no le dijiste la verdad? Es nuestro amigo.

 

-Pues mira, si le contamos a Jorge, ¿quién nos asegura que no se lo va a contar a nadie?

 

-¿Y qué más nos da que sepan de este maravilloso objeto?

 

-Que si hacemos algo, o dejamos algo como no estaba, podrían sospechar que fuimos nosotros, aunque no fuese nuestra intención. Además, gracias a esto podríamos, hacer algo fuera de lo normal cuando nos apetezca. ¿No?- susurró Gonzalo, muy convincente. Álvaro dejó la pregunta en el aire, dando por entendido su respuesta con una sonrisa pícara, y entraron a clase, donde volvieron a ser niños normales.

 

Rosa García, parecía volver a tener las cosas claras, llegó a primera hora de la mañana, y quemó su carta de dimisión, que por suerte su jefe no había leído todavía, y tras encontrarla, cosió la chapa en la que ponía su nombre, y se tomó un café. Como aún era muy pronto, los guardias que vigilaban a la mujer en comisaría, estaban tan dormidos como la apresada. Entró sin hacer ruido y despertó a la chica con sumo cuidado; quería decirla una cosa, pero en una nota sería un poco cutre. Sacudió el catre donde dormía muy incómodamente, y la susurro:
-Buenos días, soy la señora de la limpieza. La mujer pensaba que iba a hacer la cama, pero esa no fue su sorpresa.

 

-…yo fui la de la explosión de anoche, solo quiero que sepas, que voy a seguir tus pasos, voy cortar los cables, no de estadios deportivos, porque me gusta el deporte, pero sí de los tendidos eléctricos, o quien sabe, igual se me antoja otro delito cualquiera, como soy tan mala…

 

-Pero, ¡tú, tú tienes algún problema! ¡No tienes razón por la que hacer eso! ¿Sabes a la de gente que desolarías si haces eso?- gritó dentro de un susurro la chica.

 

-Pues… ¡¿Y tú?! Tú también has fastidiado a mucha gente, y seguro que no tendrías muchas razones…-contraatacó Rosa, imponiéndose a quien parecía ser su ídolo.

 

-En verdad, tengo una bastante grande, y es que hace diez años, en 2003, fui a ver un partido de fútbol con mi padre, que era un forofo del deporte. En aquel partido, tenían pensado que en cuanto un equipo metiese un gol, los focos parpadearían. Resulta que el partido acabó con 3 goles 2, y el foco que estaba encima de mi padre, a unos quince metros de altura, no estaba muy bien encajado, y en cada gol se movía. En el quinto tanto, el foco cedió, y cayó justo donde estaba sentado mi padre. Yo solo grité y me asusté. Por eso ahora, bueno, antes, intentaba fastidiar todos los focos, porque son parte de la “familia” del que mató a mi padre- la chica pedía estar sola, pero siempre hay que tener un hombro en el que llorar. Diez minutos antes de que sonase la alarma que despertaría a los guardias, se fue, y dejó a la mujer dormida otra vez; se acabó el café, y no dejó rastro de su estancia. Cogió su moto, un poco saltona, y fue a ver el resultado de la explosión, pero solo como que pasaba por allí. Vio que su atentado había sido como ella quería, ni un ladrillo en pie. Preguntó a su jefe irónicamente, que qué había pasado. Al obtener la respuesta, cogió una rama de árbol, y con mucho disimulo, dibujó en los escombros más finos sus iniciales, RG, de una manera un poco rara, y se fue.

 

Gonzalo y Álvaro estaban aburridísimos, pero no les quitó las ganas de jugar, es más, es lo que más deseaban. La clase, en vez de durar una hora duró cuarenta y cinco minutos, ya que cada cierto tiempo, movían el reloj de todas las clases. Fue una mañana corta, pero más tarde tuvieron que poner todos los relojes sincronizados otra vez. Estuvieron toda la tarde juntos, que sinceramente se les hizo muy larga. Tuvieron que estudiarse dos temas enteros porque al día siguiente tenían dos exámenes, y como los de su clase no eran los que mejor se portaban, los profesores se negaron a explicar ambos temas. Para esto no les hizo mucha falta parar el tiempo, no había nada más que hacer en toda la tarde. Primero leyeron las ecuaciones de matemáticas, y después estudiaron los reinados españoles para historia. Aunque sinceramente se lo tomaron a broma, estuvieron haciendo chistes y mofas de todo lo que veían a su paso.

 

En otras situaciones, no de tanta risa, Rosa, por extraño que parezca, ya estaba planeando su segundo atentado, pero tenía pinta de querer seguir trabajando en la policía. Iba a ser en la Plaza Mayor, haciendo volar el Ayuntamiento. Todavía no había llegado el momento de fregar en la comisaría, así que se resguardó en casa, con unos planos. Sobre su mesa de trabajo se hallaban los planos de la Plaza Mayor, y los de la estructura de la Casa Consistorial, también tenía en su poder otra bomba, con sus instrucciones. Con un compás trazó la posible onda expansiva, pero no la convenció. Movía su compás, los planos, hasta que de repente, cundo comenzaba a oscurecer la tarde otoñal, se puso un pasamontañas, y guardo la bomba, todavía sin activar en un enorme bolso, pese a que cupiese de sobra en otro más pequeño. Pese a estar oscureciendo, era pronto para poner una bomba, tendría que pensar todavía dónde esconderla.

 

Era media noche, y la cara de Rosa estaba pálida de frío, llevaba en la Plaza Mayor toda la tarde y lo que había pasado de noche. Gonzalo y Álvaro, al contrario, tenían un calor insoportable, así que decidieron ir a dar una vuelta.

 

-¡Mamá! Nos vamos por ahí, volveremos en un ratillo.

 

-¡Pero si solo tenéis trece años! ¿A dónde queréis ir?

 

-Mamá, llevamos en casa toda la tarde, nos vendrá bien que nos dé un poco el aire.

 

-También es verdad, ¡pero no volváis mucho más tarde de lo que ya es!- contestó su madre. Extrañada por la decisión de Gonzalo, él siempre ha sido muy casero. Anduvieron por las desoladas calles, que solo las llenaban las músicas repetitivas de discotecas y guateques. Hablaron del reloj, principalmente, en como lo podrían usar, sus consecuencias, sus ventajas y sus contras… Hubo muchas opiniones, pero la noche daba para mucho más.

 

Dudas; eran lo único que impedían a Rosa colocar la bomba. Tenía una cuenta atrás de treinta minutos, así que explotaría sobre las tres menos cuarto de la madrugada. Si lo ponía en un buen escondrijo no se lo pillarían, pero la onda expansiva sería mucho más leve; sin embargo, si la pusiera en un lugar menos rebuscado, la explosión sería mucho más efectiva, pero sería más posible que la hallaran antes de la explosión. Siguió pensativa, hasta que llegó el momento de pensar en su futuro; ahí llegó su aclaración. Al final la colocó en un lugar menos escondido, ya que si alguien la apagaba, no pasaría más, pero si explota… No la camufló mucho, ya que por esas calles a esas horas solo pasaban borrachos inconscientes.

 

Cinco minutos más tarde, dos voces irrumpen en la Plaza Mayor, y se adentran como si nada, cansados y arrastrando los pies. Continuaban hablando, cada vez de cosas más diversas, que no tenían nada que ver con el reloj. Al poco rato, pese a su agotamiento, una luz roja parpadeante rompió sus pupilas. Corriendo curiosamente llegaron al lugar, le quitaron el polvo y vieron claramente lo que era. Todavía faltaban algo más de veinte minutos para que explotase, y ellos debían desactivarla, además si les hiciese falta, podían parar el tiempo. Comenzaron s investigar la bomba, y por si acaso pararon el tiempo. Cogieron un destornillador de una ferretería cercana, la dejaron abierta, porque seguro que les iba a hacer falta algo más. Quitaban tornillos, tapas, botones… pero no se desactivaba. Menos mal que se les da bien este tipo de cosas, porque no sería lo mejor estar ahí cuando explota semejante bomba. Cada cierto tiempo pulsaban dos veces de forma muy rápida los botones, para ver si explotaba. Álvaro, quitó una de las muchas tapas, y parecía haber hallado la respuesta. Ordenó a Gonzalo que fuese a por unas tijeras, corrió sin sabes por qué, pero al llegar, se llevó una gran sorpresa. La trama del cable azul y del cable rojo, ¿cuál corto?

 

-¡Venga ya! ¿No podían poner: “cortar este cable para desactivar”, o algo así?- exclamó Álvaro con las tijeras en la mano. La primera gota de sudor bajaba por una mejilla de la cara de Álvaro.

 

-¡Ya está! Idearé un sistema para que según cortemos uno de los cables, se pulse el botón del cronómetro, si explota, la llevaremos a una de las mejores cámaras insonorizada de España, que justo está a las afueras de la ciudad, si no explota mejor.-Gonzalo había tenido una buena idea, y ahora se planteaba cómo construir semejante efecto mariposa que haga que pare el tiempo. Álvaro lo miró con cara irónica, mientras escuchaba mientras escuchaba todas las sandeces que decía su amigo. Cuando Gonzalo descubrió el aspecto con el que le miraba Álvaro, se quedó extrañado, ¿qué otra idea tenía?

 

-Mira Gonzalo, en vez de liarnos con tus jueguecitos, ¿por qué no le damos nosotros y punto?

 

-Ah… pues es verdad, ¡pero haces todo tú, que luego la culpa me la llevo yo!

 

-Vale, vale; además tengo un pulso firme- dicho esto, Álvaro empuñó las tijeras, y decidido cogió también el cronómetro. Se dirigía a cortarlo, despacito, pero lo iba a cortar. Cerró los ojos y… ¡no explotó! Por sorpresa Álvaro había logrado cortar uno de los cables sin que explote. Los dos niños cantaban jubilosamente, aún con el tiempo en pausa. Cuando se relajaron, cada uno fue a por un martillo, de la ferretería, y rompieron con violencia la bomba. Dejaron los martillos y el resto de las herramientas en ferretería, y lo pusieron todo en orden. Se llevaron consigo la bomba, para depositarla en un contenedor, que les pillaba de vuelta a casa.

 

Una vez allí, abrieron silenciosamente la puerta, suponiendo que los padres de Gonzalo estaban dormidos. Se tumbaron cada uno en sus respectivas camas, y se durmieron sin decir ni una palabra.

 

-¡Gonzalo, Gonzalo, despierta!- gritó su madre, muy temprano. A Gonzalo le costó desperezarse, pero tras varios intentos de hacerse el dormido, respondió.

 

-Que… que pasa…- dijo aún adormilado.

 

-¡Esta misma tarde se celebrara el juicio contra Julia Pérez, la saboteadora, y ya tenéis abogado! Eso sí, no estará el bedel, no sé por qué…

 

-Pero, ¿asistir al juicio es bueno o malo?- preguntó Álvaro, que no había podido evitar oír los gritos de la madre de Gonzalo.

 

– Pues claro, vais a obligar a ir a la cárcel a esa tal Julia Pérez- respondió vengativa, su madre.

 

-Cierto, podré entregar las notas como prueba- dijo Gonzalo, sin saber de qué hablaba.

 

-La verdad es que… a mí me da pena, simplemente sufrió un trastorno por la muerte de su padre. Además se llevaría una buena multa- Álvaro había dado su brazo a torcer, pero lo más seguro es que su esperanza se esfumase.

 

Rosa agarraba impaciente el mando de la televisión, iban a empezar los telediarios matutinos, y quería informarse sobre los daños causados por su bomba; pero no encontraba nada, ni en las locales, ni siquiera se mencionaba el tema. No sabía por qué, pero lo dejó pasar, total, nadie sabía de su existencia… Pensaba en su próximo asalto, ¿un robo? ¿otra bomba? ¿un sabotaje? ¿un asesinato?… Quién sabe, por esa mente pasan muchas cosas.

 

Como era sábado, Gonzalo y Álvaro se quedaron un rato durmiendo, aunque no en la cama, pensaron que el sofá sería más cómodo. Allí un sueño extraño pasó por la cabeza de Álvaro:

 

-¡Álvaro despierta venga, que tenemos que ir al juicio!- gritó su madre.

 

-¿Pero en pijama?-preguntó Álvaro, haciéndose esperar. Su madre asintió, y montó descalzo en el coche. Cogieron la primera rotonda, y empezaron a dar vueltas y vueltas sin sentido alguno, sin salir por ninguna de las carreteras que había. Tras dar muchas vueltas, y comenzar a estar mareado, su madre dio un volantazo y salieron por el desvió por el que habían entrado. Aparcaron en la puerta de su casa, y entraron a un lugar que para nada parecía su hogar. Al fondo de un pasillo, marcado por dos columnas de bancos llenaos de gente, un hombre mayor esperaba cansado sobre un gran altar:

 

-Bien, empezamos el juicio, ¿pueden presentar sus pruebas, por favor?- dijo el supuesto juez.

 

-Claro, aquí tenemos varias notas que la señorita Pérez nos iba dejando. Léalas –contestó Álvaro. Tras pensarlo y repensarlo cogió la maza y gritó:

 

-Álvaro Martínez, queda condenado el resto de su vida en prisión, porque me da la gana- el sonido del mazo en la mesa hizo que Álvaro se despertase, y con su sobresalto, también se levantó Gonzalo. Ya era hora de comer, habían estado toda la mañana durmiendo. Gonzalo puso en la radio los informativos de medio día, y se sorprendió al escuchar todos los delitos que había cometido Julio:

 

Allanamiento deportivo, colarse en el partido, allanamiento de zonas prohibidas, pasar por donde no se puede, intento de sabotaje, supuestos treinta y dos sabotajes anteriores, infringimiento de leyes de tráfico como sobrepasar la velocidad máxima, o viajar en sentido opuesto…. También se le acusa de allanamiento de lugar privado –entrar en el garaje- y de robo de un coche entre otros. También pudo oír la grave noticia de la bomba colocada a las afueras, que no pudo escuchar en la persecución. La pena fue que no les nombraron a ellos como las personas que lo atraparon.

 

Llegó la tarde, y por una vez, llegaron puntuales al juzgado, donde les esperaba su abogado. El juicio no iba a empezar hasta dentro de un par de horas, pero se tenían que preparar, ordenar las pruebas y los posibles contraataques que hará Julia. Cuando salieron a tomar el aire, una mano dejó caer una carta por la ventanilla de un coche. Decidieron abrirla.

 

Hola:

 

Soy Manuel Cuesta, Manolo, el bedel del polideportivo. Quería deciros que no voy a poder estar junto a vosotros en los tribunales. He tenido que irme muy lejos, no quiero saber nada de Julia. Donde estoy no se habla de eso, es más, no se habla de nada que tenga algo que ver con esos temas.

 

No puedo estar cerca de ella, porque sé que no la atraigo, así que , si no puedo vivir cerca de ella, no viviré. Cuando leáis esto, yo estaré en mi casa, sin respirar. Esta ha sido mi decisión.

 

Un abrazo y suerte.

 

Manuel Cuesta.

 

Un par de lágrimas firmaban la carta. ¿Por qué?

 

Era la pregunta que se le pasaba por la cabeza. Es cierto que el amor mata¸ pero de verdad. Ambos niños comenzaron a llorar, sin ellos no podían haber conseguido nada. Pero el juicio debía continuar, y a tan solo diez minutos de empezar, se sentaron en sus correspondientes sitios. Todos los bancos estaban llenos, sólo quedaba el juez por sentarse. Cuando éste llegó aporreó una pequeña base con su maza, y tras leer la lista por la que estaba acusada Julia, el abogado defensor comenzó a hablar:

 

-Ésta mujer es culpable por varias cosas, la primera, fue vista y perseguida por mis clientes, y además capturada, ¿no es así? – el abogado no dijo nada del otro mundo, pero aún así, Julia tuvo que asentir levemente. El juez estaba confuso, tanto rollo para acabar en un asentimiento. Pero, después de reflexionar sobre cómo iba el juicio, se levantó bruscamente de la silla, y rectificó.

 

-yo soy culpable de todo, de todo menos de la bomba. Yo estaba siendo perseguido….

 

-….por la policía.- le interrumpió su abogado- No pudo poner la bomba, porque fue perseguido primero por los señores Álvaro, Gonzalo y Manuel y después por la policía, y estuvo “vigilado” en todo momento. Además, no hay bombas que tarden tanto en explotar, con lo cual, tampoco pudo ponerla previamente. –el fiscal le defendió bien, Álvaro y Gonzalo sabían que ella no había sido, así que no tenían nada que objetar. El juez, veía el caso demasiado simple, pese a ser uno de los casos más importantes del mundo. El juez cogió su maza de madera y cuando se disponía a golpear en la base de la maza, un policía entró en la sala, rompiendo aquel silencio incómodo y haciendo que todas las cabezas se volviesen. Sin demora explicó un grave suceso que había tenido lugar en comisaría.

 

– una mujer, Rosa García decía llamarse, se ha suicidado- al principio nadie sabía que pintaba ese hombre allí, pero por sus resoplidos de cansancio, le siguieron escuchando – dice en una nota, firmada por ella, que fue ella quien puso la bomba porque quería seguir los pasos de la Sra. Pérez, pero odiaba la cárcel…- el juez, sin pelos en la lengua, golpeó ahora sí con la maza, y dio el caso, cerca de su fin. Sólo faltaba adjudicar la pena que se le impondría a Julia. Todo el mundo salió de la sala, salvo el jurado que tenía que deliberar. A la salida, la prensa internacional les esperaba, querían saber todo lo que había ocurrido en el juzgado. Las madres de Gonzalo y de Álvaro les esperaban orgullosas y con ganas de hablar de lo ocurrido. Entre la muchedumbre las encontraron, y fueron rápidamente a su casa. La “fama” no les gustó, o por lo menos que les empujasen y gritasen en los oídos.

 

Llegaron a casa de Álvaro, donde todos los familiares y amigos de ambos les habían preparado una gran fiesta. Ninguno de los dos sabía cómo reaccionar, pues habían enviado a la cárcel-casi seguro- a una persona trastornada. Dicho así parece que han hecho bien, pero lo hizo por su padre. Cuando se quitaron la nube de amigos y familiares, merendaron, porque el juicio les había dado hambre. Todo el mundo les felicitó varias veces, pero ellos se sentían un poco dolidos. Era el tipo de fiesta que todo el mundo recuerda toda su vida, y la cuenta a la gente, para que ellos también puedan disfrutarlo. Pese a ser el motivo de la fiesta, no estaban muy felices, todavía tendrían que cargar con otro peso. Cuando Gonzalo buscaba a Álvaro por la casa para comentarle cómo, o mejor, qué harían con el cronómetro, un sonoro din-don lleno de intriga a todos los invitados. La madre de Gonzalo abrió esperanzada y tras la puerta apareció un hombre vestido de frac, con un maletín en la mano, con rasgos conocidos. Gonzalo corrió hacia él gritando:

 

-¡Papá, papá!- sus ojos se llenaron de lágrimas, pues su padre, tras más de dos años y medio había regresado de Irlanda. Le atosigó con preguntas y preguntas, para después de ver que en medio de una fiesta no era el mejor momento para hablar con él, fue a por Álvaro, y sin decir ni una palabra, cogió el cronómetro y lo rompieron en mil pedacitos. Rápidamente desaparecieron todos los trozos, pero sin importarles, se dieron todos, todos, un gran abrazo y celebraron como si de su vida se tratara, el ganar el juicio

 

-.-

 

 

Bruno Álvarez (6º EPO)

 

 

 

 

 

 

 

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