«Historias de Alcarama», de Abel Hernández

El autor trata el contenido del libro como un mensaje a su hija. En realidad parece más bien su necesidad de hacer un homenaje a su pueblo ahora que se habla tanto de una España vaciada. Pero si hay una España vaciada es porque hay una España migrada que se ha ido por falta de oportunidades o perspectivas.

El autor achaca una de las causas a la concentración parcelaria. Entiendo el punto melancólico que supone la ruptura con la vida tradicional que tenía el pueblo. Porque eso es lo que se respira por toda la novela, si es que se puede denominar novela, claro. Porque tampoco es una autobiografía, puesto que el autor apenas habla de sí mismo más que para tener un supuesto diálogo imaginado con su hija para mostrar su extrañeza por la evolución sufrida. En realidad el libro es un intento de memoria de la comarca, puesto que el libro finaliza con la breve historia del último habitante. Entonces el libro queda como una suerte de testimonio de una forma de vida. La ironía de un pueblo que por su nombre parece querer decir que ha aguantado unos 2.000 años (la hipótesis del nombre del pueblo como de origen ibero-vasco) y que tiene que ser en esta época cuando desaparece. Parece más bien un libro de relatos cortos, en realidad se puede decir que hay un protagonista principal, que es el pueblo como colectivo. Y el libro termina cuando fallece el último vecino.

La vida se puede vivir hacia delante pero solo se entiende hacia atrás. Y cualquiera que provenga de las ramas sociales lo sabe perfectamente. Como se dice habitualmente, los politólogos y economistas son expertos para explicarnos lo que ya ha pasado pero incapaces de explicar lo que va a pasar. Pues bien, reflexionemos sobre un dato que se da en el libro. La comarca como ejemplo de que en esa zona la densidad poblacional es más baja que en el Sáhara. Podremos hacer todos los análisis sociológicos, históricos, políticos, económicos que queramos pero hay algo que no se puede obviar. La vida en el campo es dura. Y en el campo castellano, más aún. La gente malvivía. Y creo que justamente es encontrarse todos en situaciones complicadas lo que hace desarrollarse el sentido de fraternidad entre todos y que se ayuden entre ellos cuando vienen mal dadas.

Lo que sí se percibe es el aislamiento en general que había. Al no tener apenas medios de comunicación, la comunidad también por ello mismo, vivía mucho más en contacto consigo misma. Y este hecho, unido al de la escasa formación (cómo no llevarse las manos a la cabeza cuando la misma profesora habla de horas de 50 minutos), surge una religiosidad también un tanto mágica (con la anécdota de Jesucristo llegando al pueblo en Nochebuena, o de la bruja Aquilina, que sabía dónde estaba el tesoro o el parto de Justina y las dudas del padre sobre quién era el padre).

Hay un punto interesante y es cuando dice que en época de los celtíberos el paisaje era el mismo. Y estoy convencido de ello. Aunque de pequeño escuchásemos el dicho de la ardilla que cruza la península sin bajarse de un árbol, necesariamente es mentira. No hay más que ver cómo es el campo castellano y cómo es en el País Vasco o Asturias.

Lo que sí se nota es la gran cantidad de vocabulario que se maneja en el campo y que ahora se está perdiendo. Frecuentemente me encontraba con palabras que me obligaba a intentar buscarlas en el glosario, pero en muchas ocasiones tampoco aparecían. Como conclusión, es un libro sencillo de entender pero complejo de leer. El autor relata perfectamente cómo se vivía en aquel entonces y traslada perfectamente la melancolía que le produce saber que todo aquello no volverá.

Miguel Ángel del Hoyo

Club de lectura de adultos



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